Rocío Rodríguez Jurado
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[Fragmento del relato]
Yo miré a Mario buscando refugio, pero esta vez su mirada estaba tan perdida como la mía. Me caía y mi apoyo se había esfumado. No reaccionaba. Era la primera vez que lo veía así y sería injusto por mi parte si lo dejaba derrumbarse. Él había sido mi apoyo y ahora era él quien lo necesitaba, así que no podía fallarle.
Dejé el terror agarrado a mis tripas e intenté dejar por mentiroso al refranero popular evitando que la cara se convirtiera en el espejo del alma. No sé de dónde saqué aquella sonrisa, le acaricié la cara, lo besé y le dije:
– Cariño, tranquilo no pasa nada, confiemos, no puede salirnos mal…
El tiempo pasaba mientras los dos, agarrados de la mano muy fuerte intentábamos mantener el equilibrio, esperando en una especie de sala de observación repleta de madres sonrientes que probaban a darles por primera vez el pecho a sus niños. Las lágrimas salían irreprimiblemente solas, brotaban de mis ojos sin poder retenerlas, era un sueño, una pesadilla incómoda que no quería creer.