Mª Carmen Castillo Crespo
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[Fragmento del relato]
Efectivamente, estoy desesperada y este problema ha tocado de lleno mi estado de ánimo. Cada vez tengo menos ganas de comer, de dormir, de salir. Hago un tremendo esfuerzo por sacar a Curro al parque, para que se relacione con los demás niños. Me duele tanto ver a los demás niños, sanos, jugando y riendo, sin más, que hace que me vuelva a casa más pronto que tarde.
No dejo de preguntarme qué será de mi vida cuando Curro no esté. ¡No puedo imaginarme mi mundo sin él!… Cuando le cuento esto a los médicos, en las revisiones, me dicen que soy muy pesimista, y me aclaran que ciertamente las posibilidades que tiene mi hijo de morir son mayores que las de otros niños de su edad, pero que ello no implica que vaya a ocurrir seguro, ni tampoco mañana mismo. Además, me añaden que cualquier niño sano puede enfermar sin más y morirse de repente, sin dar opciones a su familia.
Siempre intentan aliviar mi culpa, para que me sienta mejor, para que no me eche más tierra encima. Pero no puedo evitar sentirme mal por no poder hacer nada, sabiendo además, que todos los medicamentos que le damos son experimentales, para ver como progresa la enfermedad, y no soporto que mi hijo sea un “conejillo de indias”.