Lola Gómez de Barros
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[Fragmento del relato]
El transcurrir de los años fue verdaderamente nuestro aliado para que todo se apaciguara y ambas creciéramos, para que tu miedo casi desapareciera. En ti quedó el papel ingrato de lidiar con papá y contener sus enfados para que no se extendieran varios días, mantenías una distancia prudente conmigo para no ser tachada de “colaboracionista con la causa juvenil”.
Han pasado 20 años, pero tiene mes, día y hora el momento en el cual me sentí más cerca de ti, mamá. Cuando nació mi hijo, cuando fui madre. Al nacer él, todo mi ser fue consciente de lo que eso significaba. Me sentí el eslabón de una cadena, en la que tú eras el anterior y mi hijo el siguiente. Nuestros lazos estaban más allá de nosotras mismas, había otro ser que nos unía.
Recuerdo que cuando tuviste a mi hijo, tu nieto, en tus brazos por primera vez, no pudiste decir nada, llorabas y llorabas mientras lo mirabas. Paraste para preguntarme su nombre y te respondí que se llamaría Pablo, lo cual no hizo sino aumentar tus lágrimas, mientras me dabas las gracias por haber puesto a mi hijo el nombre de mi padre, fallecido hacía un año. Así estuvimos los tres, hasta que la enfermera entró y pidió al niño para llevarlo a otra habitación.
– Gracias hija, por el nombre elegido para mi primer nieto -dijiste mientras me abrazabas.
– Ha sido en recuerdo de papá. A él le hubiera encantado ejercer de abuelo gruñón. Imagínatelo en ese papel.