Lola Gómez de Barros

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[Fragmento del relato I]

Me desperezo poco a poco. Hago pequeños movimientos con las articulaciones, desde los tobillos hasta el cuello, de esta forma al terminar el recorrido todas las piezas del cuerpo parecen acopladas. Es una técnica aprendida en las clases de yoga, me viene muy bien para iniciar el día, al acompasar cuerpo y mente. Diariamente la hacemos Laureano y yo juntos, pero si él se levanta antes, como hoy, me asalta la niña rebelde que llevo dentro y no hago los ejercicios. Consecuencia de mi “no acción”, un día físicamente molesto y malhumorado con todo el mundo. Aunque estoy sola, hago toda la serie sin saltarme ninguna, porque hoy es mi cumpleaños y quiero tener un día espléndido, que ha comenzado con un fugaz beso de mi “amor maduro”.

Como dice nuestra monitora de yoga: “Eres sólo tan mayor como te sientas”. Hoy cumplo noventa años y no me siento tan mayor como podría desprenderse de este número. En esta última década he aprendido a vivir de forma que disfruto cada día y pienso en el siguiente como un abanico de posibilidades. El pasado lo valoro por haber hecho posible el presente, y lo olvido como excusa para no avanzar.

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Década segunda (1931-1941)

[Fragmento del relato II]

Corren tiempos duros y difíciles, hay pocas cosas que celebrar. A pesar de todo, a Mercedes y a mí siempre nos gusta estar juntas en nuestro cumpleaños, con la familia, y contar historias de la infancia. Tengo una sorpresa que estoy deseando compartir con ellas, un pequeño bizcocho que he hecho en el obrador donde trabajo.

Estoy apoyada en la barandilla del corredor, mirando el patio y la fuente. El silencio que hay me entristece. No hay niños que corran y rían jugando, como aquel día tan feliz en que mi hermana y yo cumplimos diez años. El tiempo vivido pasa otra vez por mi mente.

Tarde especial, una merienda riquísima con mis padres y mucho rato jugando a la rayuela y al escondite con mis hermanas y mi amiga María…