Consolación Rodríguez Matute
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[Vivencia de una doctora]
Cuando conoció a Roberto ya llevaba tres años como coordinadora de la Unidad de Rehabilitación Respiratoria de su hospital. Supo de él cuando llevaba dos días de ingreso en la sala de observación del área de urgencias. Su juventud, la clínica de debut tan brusca y la limitación tan importante que presentaba en su vida diaria, según comentaba su mujer tras entrevistarse con ella, le hizo volcarse de lleno en su caso. Era el candidato ideal para su nuevo programa.
Lo primero que tenía que hacer era estabilizarlo. Sabía que su edad era una garantía de ello, pero la gravedad de la presentación no la podía hacer bajar la guardia. Había sufrido en muchas ocasiones cómo sus pacientes terminaban su vida en la habitación de un hospital, fuera de su hogar y su familia, sin que su intervención médica pudiera resolver la situación irreversible en la que se encontraban.
Imaginaba qué recuerdos inundarían sus mentes al sentir que se acercaba el final. Qué deseos no cumplidos les inquietaban o cuáles les gustaría realizar en sus últimas horas futuras. Pero… ¿Por qué ninguno de sus enfermos le expresaban estos sentimientos? Ella estaba convencida que sentían a la muerte y el pánico que esto les provocaba los hacía abandonarse a la actuación del médico, convencidos de la curación.