Parece que fue ayer

Concepción Pérez Cueto

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[Fragmento del relato]

Uno de los momentos que más echaba de menos era cuando teníamos aquellas tertulias familiares de fin de semana, en las que tanto Roberto como yo poníamos diferentes temas encima de la mesa, para debatir sobre ellos con nuestros hijos, siempre desde el cariño, la comprensión y el respeto. Esto nos servía para conocer qué opinaban Pablo y María del sexo contrario, qué soñaban ser de mayores, qué cosas no le gustaban o qué les apetecía aprender.

Recuerdo, ahora con tristeza, que Pablo siempre contestaba que odiaba las drogas, las detestaba, según nos decía.

En una ocasión cuando, teniendo María diez años quiso saber qué era un toxicómano, fue el mismo Pablo quien, sin su padre ni yo decir nada, le contestó. Le explicó que eso era una persona adicta a la cocaína y que para que eso pasara debía tener una personalidad vulnerable, a la que se le pudiera convencer, sin olvidar la influencia del ambiente por donde te mueves.

Roberto y yo nos quedamos sorprendidos de que Pablo tuviera claro que ese mundo era conflictivo; no obstante, la realidad era bien distinta porque él hablaba con conocimiento de causa, puesto que ya había conocido algo de ese mundo.

Siempre pensamos que esas tertulias eran una buena forma de estar cerca de nuestros hijos, hablando de tú a tú, conociéndolos, transmitiéndoles que podían contar con nuestra confianza. Como de costumbre, yo siempre terminaba esas tertulias con una frase que mi padre me solía recordar con frecuencia: “Procurad que el niño que fuisteis no se avergüence nunca del adulto que sois ahora”.

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