Consolación Rodríguez Matute
[Fragmento del relato]
Nunca me había visto en una situación similar. Un paciente se me estaba muriendo, él mismo lo intuía, quería descansar para siempre y me pedía que le contase un cuento para que su marcha fuera agradable. Estaba confusa. No sabía que debía atender primero: una situación médica que se me escapaba de las manos y de la que estaba segura no iba a solucionar, debido a lo avanzado de su enfermedad, o el deseo de un niño que no quería pasar sus últimos minutos solo.
Mi instinto decidió por mí. Me quedaría a su lado, con su mano entre las mías contándole el ultimo cuento de su vida. Nos miramos a los ojos y nos entendimos. En ese momento me vino a la cabeza mi viaje a la India, y la historia que le contaban a los que iban a morirse. Me estremecí. Nunca me hubiera imaginado que llegaría a contársela a alguien, y menos a un niño de diez años.
-“Había una vez un pueblo muy lejano y muy bonito que se llamaba Nirvana. Se encontraba rodeado de verdes montañas y muchos árboles cargados de la flor del almendro. Un pequeño río, con muchos peces de colores hacía de ese lugar una auténtica maravilla.”