Década tercera (1941-1951)

Marta Prior Pérez

 

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[Fragmento del relato I]

Desde entonces, todo es lúgubre y triste. La bella Ana, los ojos de Triana, había muerto y todo parecía con menos luz. Ni siquiera nos dejaron ver su cuerpo para despedirnos de ella, dijeron que estaba muy destrozado. Al contrario del día en el que murió José, de esa noche lo recuerdo todo.

Me acuerdo que fui a abrir la puerta de casa cuando escuché la llamada; la cara de los dos policías que vinieron a informarnos, sus trajes, perfectamente inmaculados y sin arruga alguna. Recuerdo sus voces, firmes y serias, sin ningún ápice de compasión en ellas. Se trataba únicamente de una muerte más para ellos, otra mujer que moría en el desastre de mundo en el que vivíamos.

Apenas podía creerlo cuando se fueron. Ella no podía estar muerta, había estado en casa dos horas antes y me dio un beso antes de salir por la puerta. ¿Cómo era posible? ¡No!… Debía haber un error, mi madre no podía estar muerta. Todo cambió cuando llegó Manuel y vi el dolor y la desesperación en su rostro. Su suegro trabajaba en la comisaría, por lo que se enteró poco después de que la encontraran. Llevaba con él, además, un papel que corroboraba que mi madre había muerto.

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Década sexta (1971-1981)

[Fragmento del relato II]

Alguien me apartó de él pasados unos minutos, una mano amable, no la fría garra de esa señora que decía amar a mi Diego. No habían desaparecido los gritos, pero yo me encontraba en un mundo diferente donde tan solo estábamos él y yo. “¿Por qué me alejan de él?” me preguntaba. “¿Dónde me llevan?”.

Caminaba sin rumbo, sin controlar mis piernas que se movían dirigidas por otra persona. Me sentaron en un sofá junto a una gran chimenea apagada, y sólo entonces me percaté de quién me había transportado hasta allí. Era Remedios, la madre de Diego. Me miraba con ojos llorosos, lo que me hizo percatarme que yo ya no lloraba, que me sentía totalmente vacía. Me tomó la mano y se sentó junto a mí un largo rato, sin decir nada. Con rosario en mano, comenzó a rezar para sí misma en voz queda y así pasó el tiempo, sin que pueda decir si fueron minutos, horas o días.

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