Las dos caras de la moneda

Raúl Rando Gonzalez

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[Vivencia de un padre]

En los primeros meses posteriores a conocer lo de su enfermedad, pensé a menudo que ojalá su trabajo siguiera siendo esa fuente de satisfacciones que parecía ser cuando me colé en una de sus clases. Me traté de consolar pensando que, cuando cerrara las puertas de su aula y se quedara a solas con sus alumnos, entraría en un pequeño mundo privado en el que nada más existiría y por lo que, al menos por unas horas, sería capaz de olvidarse de su enfermedad y de todo lo demás, pero pronto llegué al convencimiento de que eso era más una esperanza mía que el retrato de la realidad.

Mi hijo lo estaba pasando muy mal y su carácter había cambiado; estaba malhumorado, irascible y lo peor era que lo pagaba con quienes más trataban de ayudarle.

 Parecía como si en vez de aliviarle, la preocupación de las personas que estábamos a su alrededor le supusiese una losa, una carga aún mayor con la que no fuera capaz de seguir adelante. Creo que si hubiese tenido posibilidades de hacerlo, se habría ido hasta el fin del mundo con tal de estar solo.

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